Conocer a Javier Sicilia, soy una de sus tantos alumnos de poesía, no es lo que me mueve a las lágrimas. Es el reconocer la magnitud de lo que estamos viviendo. El velo se esta rasgando, esa ilusión de pretender que podemos seguir viviendo así, ignorando los cadáveres que aparecen casi a diario ejecutados con huellas de lo indecible, cubriéndolos pronto con un “ah, ese porque era narco” cultivando la secreta fantasía que se terminen matando entre ellos sin tocarnos a nosotros, pero quienes son ellos? Quienes somos nosotros? Eso es lo que cada vez esta menos claro.
En los tres meses que lleva el año solo en Morelos han ejecutado a 80 personas, con total impunidad. Como dice mi papa, aquí pueden asesinar a quien sea y no pasa nada basta ponerle un letrero que diga CDG o CPS para que nadie investigue y a nadie le importe. Quien sabe cuantos inocentes han terminado como estos jóvenes, que gracias a la autoridad moral y notoriedad de Sicilia, fueron exonerados del estigma que se ha vuelto automático? Algo se rompió.
Escribo un poema desde el fondo de mi dolor, la impotencia se vuelve imagen y aparece un conejo, esta sociedad nuestra, sensible pero silenciosa, indefensa. Somos conejos todos mirando con ojos bermellón al otro, al hermano, al hijo, al prójimo (aunque sea narco). Se lo llevan de las orejas a ese lugar oscuro de donde nadie regresa. Las tempestades internas son inmensas pero el conejo permanece silencioso, contenido, tembloroso.
La mañana siguiente fui al veterinario, ahí estaba el doctor Felipe con su camiseta de “no mas sangre”, la ultima vez que vi a Felipe los dos caminábamos por avenida Revolución rumbo al panteón siguiendo la procesión sobre la cual navegaba, en un ataúd blanco, el cuerpo de un joven taxista, un amigo, asesinado impunemente. Ahora Felipe estaba muy concentrado en un pequeño paciente : un conejito silvestre. Un campesino lo encontró, lo perseguían los perros y estaban a punto de comérselo, pero el señor lo salvo y se dió cuenta de que estaba quemado, probablemente por un incendio. El principal problema es que no podía ver, sus ojos cerrados por una infección. Estaba ciego.
Volví a mi casa con el corazón en carne viva, sintiendo toda la impotencia de ese conejo, sintiendo todo su dolor silencioso, su miedo. Entonces recordé la pintura que empecé hace dos semanas: un conejo tocando la tompeta, una explosión de música llenando el espacio con todos sus colores. Me senté a terminarla y en ese trabajo meditativo algo comenzó a transformarse. Oí mas allá del grito, las posibilidades de expresión que la sociedad tiene y están floreciendo en estos momentos de indignación. Recordé el maratón de poesía del zócalo de Cuernavaca, las marchas, el Colectivo Movimiento que ha reunido a artistas a intelectuales que han decidido encabezar la transformación de la conciencia social.
Anoche contaba esta historia alrededor del fuego, y alguien recordaba que todo tiene su lado destructor y su lado transformador . El fuego quemó al conejito, destruyó esa parte del campo, pero nos alumbra, nos da calor y nos conecta como comunidad para platicar, para unirnos, para transformar nuestra colectividad.
Así, la muerte atroz de siete personas esta uniendo a una sociedad, la esta despertando, la mueve a la acción: el próximo miércoles miles de veladoras se unirán en un río de fuego transformador que marchará desde la Paloma de la Paz hasta el zócalo de Cuernavaca. Seremos miles, ojala más, los que dejaremos la indiferencia, los que saldremos de nuestra zona de comodidad, como ese campesino que dejó todo lo que tenia que hacer para salvar a un pequeño conejo ciego, para devolverle la luz y dejarlo en libertad.
La oscuridad pierde su filo
Cuando cantas, transformas el universo
Citlalli Peña
Mayo 2011